De origen griego, los romanos supieron aprovechar las
capacidades de estas poderosas máquinas. Y fue Julio Cesar el primer
general en utilizar la artillería masivamente en campo abierto.
Con cuerpos de madera, la mayoría de las máquinas se basaban
en la utilización de la torsión de grandes madejas de fibras,
nervios, tendones, o crines de animales como fuerza impulsora para el
lanzamiento de dardos o grandes piedras.
Ballista:
arma principal del ejército romano, lanzaba piedras en una trayectoria
relativamente horizontal. El peso de los proyectiles variaba entre el
ligero de poco mas de medio kilo, al de 800 g que podría alcanzar
alrededor de los 180 metros. También se han encontrado proyectiles
con calibres de 6,4 kg a 50 kg, hasta el gigante de 75 kg. Disponían
de una por cohorte (10 por legión).
Onager: era una máquina que lanzaba piedras con una honda.
Aunque era conocido desde los primeros tiempos no se extendió su
uso hasta bien entrado el imperio. La razón puede ser debida a
que la ballista era más eficaz a pesar de que fuese más
complicada de fabricar y mantener. El onager era un arma de sitio más
que un arma para el campo de batalla. Existía otro más grande,
el onagri que era el doble de grande. Cuando el brazo lanzase la piedra,
esta describiría una parábola parecida a la que realiza
un mortero actual. Se estima que su alcance sería de unos 30 m.
Disponían de tres por legión.
Scorpio: era un arma que arrojaba flechas. Esta tenía un cuerpo
metálico, si bien en un principio fue de madera y más voluminoso.
El tamaño de las flechas no llegaba a los 70 cm. Su alcance máximo
sería de poco mas de 350 m, pero naturalmente un disparo eficaz
tuvo que ser inferior, en todo caso a corta y media distancia el proyectil
sería capaz de hacer inutilizable un escudo, o de ser letal para
un enemigo sin protección. Se estima que cada centuria disponía
de una, lo que hace un número de 59 por legión.